La Prisión

En la mente de Ellalán se formó la imagen de Garer y ella misma, mirando el bello paisaje de Nabima desde la ventana de la sala del acceso de la torre. El sol salía y se ponía, seguido de la noche con la luna Alin viajando en la eterna búsqueda del perdido sol, una y otra vez, día y noche, avanzando la velocidad en la que realizaban su ciclo vital, cada vez más rápido hasta reflejarse en el rostro de Garer los fogonazos de las rápidas puestas de sol en aquella prisión. Llegaban las nevadas del mes de la estación fría de Haróin hasta que se imponía el calor de los meses de Hélion. Una y otra vez durante años y años y años… A Garer le crecía el pelo y la barba, le salían arrugas, su cuerpo menguaba poco a poco hasta convertirse en un viejo saco de huesos del que saltaron sus ojos de las órbitas y fue devorado en un instante por una montaña de gusanos que saltó sobre ella con las mismas intenciones…

— ¡No!

Su propia voz le hizo salir de esa terrible visión. Donde estaba la montaña de gusanos estaba ahora la angustiosa cara de su antiguo ayudante, a un palmo de la suya y sujetándola por los brazos. Lo miró como si no reconociera a la persona que tenía frente a su rostro.

— Suéltame.

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