Muchos se hartaban de vivir eternamente, pero la idea de acabar con su inmortalidad mediante el suicidio o la eutanasia no cabía en sus cabezas, les horrorizaba. Incluso para disuadir a los pocos que caían en ese camino de autodestrucción, el Imperium había legislado de tal forma que aquellos que cometieran suicidio, su nombre y el de su familia serían borrados de todos los registros de la historia Azur. Y para la gran mayoría era motivación suficiente.
Pero con el tiempo, y para eludir las responsabilidades penales del suicidio, se empezó a poner de moda entre los que no querían vivir más la práctica del ritual del Somnium: Se hacían construir cápsulas de hibernación conectadas al núcleo del planeta para permanecer en estasis de forma indefinida. Para ellos era una forma de separarse del tiempo y desprenderse del desgaste que provoca la certidumbre de la inmortalidad. Para el resto de la sociedad era considerado como la muerte en vida. De hecho, la mayoría repartían sus pocos bienes entre sus allegados y luego se hacían enterrar bajo tierra. La Élite, al estilo de los antiguos reyes, se hacían enterrar acompañados de sus posesiones más valiosas.
En sólo un par de milenios, la población de la raza Azur había disminuido a menos de la mitad. Pero sólo fue en ese momento cuando empezaron a considerar la posibilidad de cierto tipo de extinción. Algo verdaderamente paradójico para una raza inmortal.
Créditos de la imagen: Neil Thomas | Unsplash